domingo, 18 de julio de 2010

El Político y El Sabio: Antonio Guzmán Blanco vs Rafael Herrera Vegas


Le he pedido autorización a Francisco Kerdel Vegas para replicar aquí un artículo que publicó en el año 2009 en www.bitacoramédica.com, a lo que accedió de inmediato.

Francisco Kerdel Vegas

"Francisco José HERRERA LUQUE (Pancho Pepe , como lo llamábamos familiares y amigos), médico psiquiatra (tercera generación de médicos y segunda de psiquiatras por el lado paterno), nos dejó un legado trascendental con su reconocida creatividad científica expresada en varios libros y más tarde al dedicarse a cultivar -con su extraordinario talento e imaginación-, el género de la historia novelada, que le permitió incursionar con mucha libertad en aspectos singulares del comportamiento de los venezolanos que parecen repetirse a lo largo de la historia.

Hoy quiero destacar en este comentario la emigración de nuestros cerebros mejor formados por razones políticas –algo que estamos sufriendo en forma exponencial actualmente- y que Pancho Pepe narra con detalles enfocando el caso del ilustre médico venezolano (y pariente suyo) doctor Rafael HERRERA VEGAS, quien sin desempeñar cargo público alguno y sin haber incursionado en la política local resultó víctima, por el odio del general Antonio GUZMÁN BLANCO –en ese momento, año de 1870, recién encargado de la presidencia de la república- hacia su familia, y tiene que pasar por el horror de ver su casa de habitación salvajemente saqueada, seguida del trágico fallecimiento de su esposa a causa de una fiebre puerperal adquirida en un parto que ocurrió en esas terribles circunstancias.

La virtud que atribuyo a la novela histórica (o historia novelada) es que nos permite insertarnos de manera natural y asimilable en un momento determinado de nuestra historia.

Sin más preámbulos demos la palabra a Pancho Pepe (en su libro “Los 4 Reyes de la Baraja”, Criteria, Caracas 2004) para que nos narre en dos sucesivos episodios lo que ocurrió entre HERRERA VEGAS y GUZMÁN BLANCO:

“Guzmán Blanco, quien arrastra desde su juventud de una hernia inguinal, se siente acuciado por intensos dolores. Aquella tarde son insoportables. Andueza Palacios, poeta y político, es también médico. No puede ocultar su turbación al examinarlo.

-La hernia se ha estrangulado –le dice con gran esfuerzo-. Es indispensable operarlo.
-En tu opinión, ¿cuál es el mejor cirujano de Caracas?
-Rafael Herrera Vegas, quien está en La Rotunda.
-Háganlo llamar para que lo haga. Por más enemigo mío que sea, no soslayaría los deberes de su profesión

El médico deja a un lado el rencor y se dispone a intervenirlo. Matías Salazar, amenazante, le espeta a Herrera, antes de entrar al comedor, en cuya mesa se realizará la intervención.

-¡Ojo e´garza, doctorcito. Si algo le pasa al General, no quedará usted vivo para contar el cuento!
-¡No sea grosero, piazo e´carajo! Cómo se ve que en su profesión de asesino no tiene idea de lo que es un médico.

Herrera Vegas, graduado en París con las mejores calificaciones y la admiración de sus maestros, es de los pocos que conoce en Venezuela los secretos del éter, el anestésico descubierto por Morton. La operación se desarrolla felizmente. Bajo estricta vigilancia militar, donde se turnan sus primeros lugartenientes, se recupera el enfermo. En la cama de al lado, Herrera Vegas, en silencio hosco, sigue el proceso. Tan pronto vuelve en sí, retornan las punzadas y los dolores, que el médico calma con un brebaje de láudano y caña brava. Al tercer día la mejoría es notable. Guzmán agradece a Herrera lo hecho por él.

-Lamentablemente hice el juramento hipocrático- responde seco.

Guzmán Blanco esboza una sonrisa; siempre ha sentido una extraña atracción por sus contrarios.

-Siento mucho lo del saqueo de tu casa. Voy a darle órdenes a Juan Sabroso, para que devuelvan lo robado.
-Eso es más difícil que usted restituya al país lo que no es suyo.
-¡Carajo, Rafael!- exclama con ánimo reconciliador-. ¡No hay manera de que me perdones, si algún mal te he hecho?
-A usted, más que a nadie, le consta que nosotros no damos ni pedimos cacao. Véame, por los momentos, como su médico y nada más.

Fueron inútiles los intentos de Guzmán por hacerle variar de actitud. Respondía con monosílabos a sus preguntas, por más que Guzmán hubiese ordenado la excarcelación de Francisco, su hermano, y el cese de la persecución a su familia del lado paterno. Porque a Martín Vegas y a Esteban Palacios, como a toda su parentela, fiel a su promesa persistía en su idea de hacerlos exterminar. Al octavo día de la intervención la recuperación de Guzmán, salvo pequeñas dolencias, era casi total. Matías irrumpe violentamente, y luego de exigirle al médico que salga de la habitación, le susurra algo a Guzmán. Herrera, al otro lado del patio, no lo pierde de vista. Algo grave sucede en relación con él. Guzmán se incorpora de lecho con el rostro amarillento, y con paso fuerte se aproxima al médico.

-Tu mujer está muy enferma –le dice-. Desde hace dos días tiene una fiebre muy alta. Ve a verla ahora mismo, y cualquier cosa que pueda hacer por ti, estoy a tu orden. No sabes cuánto te agradezco tus cuidados.

Girando sobre sí mismo y a toda prisa, el joven galeno corrió a su casa. Tan pronto Guzmán le informó de lo sucedido supo la naturaleza del padecimiento y también su pronóstico: fiebre puerperal.

El rostro de los suyos era un mar de caras afligidas, de velones del alma y de un coro de mujeres rezando el rosario. El recién nacido estaba bien, pero su mujer perfilaba las facciones en la última expresión que permite la agonía. Concepción, tras dos días de tránsito, se fue entre suspiros. No obstante la proclama impresa dictada por Guzmán, de perseguir y exterminar a los Herrera, la extensa parentela, poniendo a un lado sus aprehensiones, acudió a las exequias. Un torrente, más que un murmullo, salió del patio y se precipitó en la sala, donde Rafael despedía a su mujer con el rostro entre las manos. Teresa, su hermana, quien estaba a su lado, reclamó su atención. En el umbral, vestido de luto, estaba Antonio Guzmán Blanco.

-Vengo a darte el pésame …

Herrera Vegas no lo dejó terminar:

-Salga inmediatamente de aquí, si no quiere hacerlo con los pies por delante.

Guzmán Blanco no se amilana ante lo sucedido. Con más energía que nunca grita y ordena:

-¡Duro con los godos! ¡No se la vayan a echar de blandos ni de misericordiosos! Todo propietario es godo; todo godo es propietario.”


Al final del libro, el novelista inventa un diálogo entre el paciente al final de la vida, Guzmán Blanco, y su médico, donde nuevamente invoca el episodio que determinó la dura decisión del doctor Rafael HERRERA VEGAS de abandonar su país natal para siempre y radicarse con su dos hijos menores en Buenos Aires, donde además de alcanzar notables éxitos como profesional deja un clan familiar de reconocida solvencia social, económica y sobre todo moral. A continuación dicho diálogo:

“-Yo no le soy simpático, doctor Dubois le soltó a quemarropa, deseoso de comprobar lo que desde hacía tiempo presentía.
-Acierta usted, Excelencia –respondió el médico inmutable-. Aunque debo confesarle que la profunda antipatía que sentía en un principio, se ha ido aminorando al paso del tiempo, hasta casi tenerle un poco, pero muy poco cariño …
-¿Y qué le ha hecho cambiar de opinión?
-Conocerlo a fondo. Saber de las humillaciones de que ha sido víctima … De la desconfianza que siempre inspiró, aun cuando no se justificaba. De los detractores gratuitos, de las innumerables traiciones de que fue víctima … , de haber tenido el padre que tuvo … Las malas acciones de los protagonistas de la historia suelen ser obra del resentimiento.

Guzmán se sobresaltó ante aquellas afirmaciones. Era ajeno a hacer confidencias, salvo las que enaltecieran su yo y predestinación.

-Nunca le he hablado de mi padre, ni de mis sufrimientos – le repuso a Dubois con voz bronca de protesta.
-El médico, sin proponérselo –repuso el otro-, es como un jefe de policía, sobre el que llueven toda clase de informaciones espontáneas. Le voy a dar un ejemplo: usted, en 1870, cuando entró triunfante a Caracas, de no haber sido operado por uno de los mejores cirujanos del mundo hubiese muerto.

-Rafael Herrera Vegas –dejó escapar como un lamento-. ¡Y cómo sabe usted todo eso?
-Era mi compañero de estudios. Y el más brillante cirujano que haya pasado jamás por La Sorbona, hasta el punto de que nuestro maestro, ante la solicitud del Emperador del Brasil para que le recomendase un gran cirujano para él y su familia, no vaciló en mencionarle a Herrera Vegas, quien luego pasó a la Argentina, a solicitud del Presidente Roca, para que enfrentase el primer brote de fiebre amarilla que se produjo en aquel país, y de la cual no tenían experiencia los médicos de allá. En Argentina, impulsó con criterio moderno los estudios de Medicina, recibiendo los honores y riqueza que su país, encarnado en su persona, le negó en la forma más cruel. Todavía vive, y, a pesar de sus éxitos en la Argentina, no ha renunciado a su nacionalidad, condición que se le exige para nombrársele ministro. ¿Quién quería más a Venezuela, usted o él? Argentina, forzoso es reconocerlo, ha sido mejor madre adoptiva que Venezuela, madre natural. Además del caso de Herrera tiene también el de José Antonio Páez, a quien usted negó las glorias de ser enterrado en el Panteón Nacional. Si hay algo que me molesta es su ausencia de grandeza, su carencia total de magnanimidad, su errónea filosofía de creer que el poder y el dinero lo pueden todo.”


Son lecciones de la historia de Venezuela que deberíamos recordar a menudo, para no repetir episodios tan desafortunados como negativos para nuestro futuro progreso y desarrollo."

Caracas, 6 de noviembre de 2009


Fuente:
http://bitacoramedica.com/weblog/2009/11/el-politico-y-el-sabio-antonio-guzman-blanco-vs-rafael-herrera-vegas/
Fotografía de Antonio Guzmán Blanco - http://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Guzmán_Blanco

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